martes, 2 de febrero de 2010

En el desierto inmenso añorarás la tempestad...

Por alguna extraña razón de mi pesimismo, los alcances de este en la vida diaria, común y corriente, tengo una tendencia, igualmente negativa, en cuanto a los porcentajes. Es decir, si algo dice que es 97% efectivo, creo religiosamente en que va a fallar dado que el 3% existe por alguna Justificar a ambos ladoscosa, por lo tanto, yo estoy condenada a que ese 3% siempre me toque a mí.

En cuanto a las relaciones personales-amorosas (porque es mi monotema), me queda clarísimo que si lo viéramos más o menos en esos términos, de cada 100 relaciones que pudieras tener en tu vida, 99 van a fallar y la que queda tiene ese 3% de probabilidad de que falle. ¿Por qué? Porque sí, lamentablemente cae en el rubro de las respuestas que quedan con la respuesta más terminante y menos lógica de todas.

En mi caso, después de una cita maravillosa (pero neta increíble), ayer me encontré – dentro de la idea de mí viéndome desde arriba – apresurando las cosas para que ese 3% se empujase hacia el borde. No sé si, en efecto, lo empujé al borde al grado que el hombre dijera “esta mujer está loca” o que nada más se riera y se dijera “esta mujer está loca” pero en un tono cursi y menos despreciativo del que implica el primero.

Creo que estos meses que me quedan me enseñarán a cerrar mi bocota y a pensar antes de hablar, cosa que me está sacando de quicio.

Pero en fin, entre otros aspectos, mi rollo workaholic ha llegado al tope al meter cuatro cursos en un solo día, dejando un intervalo de 15 minutos entre clase y clase para correr de un lado al otro de Boulevard Saint Germain. Como siempre, la suerte está de mi lado y me tocaron los maestros más raros en estas cuatro clases (lo raro siempre resulta interesante) pero que ponen, básicamente, en jaque mi supervivencia moral, intelectual y física en este semestre.

Es decir, mi primera clase incluye a una mujer que hace las cosas más complicadas de lo que ya son, en vez de decir “si, se hará una exposé-commentaire du texte entre dos personas y las dos hablarán como siempre, se inventó un desmadre de que uno habla pero el otro no habla hasta después desde su lugar, pero se tienen que entregar dos trabajos “distintos” sobre el mismo tema y con los mismos puntos a cubrir en un trabajo en equipo en donde se supone que uno llega a acuerdos. Después se inventó una exposé-débat entre tres personas (que en mi caso somos dos, un hombre que me vio con una cara de espanto preguntándome “¿Cómo dices que te llamas?”) en donde se nos califica la capacidad de animar la discusión en un grupo a las 10 de la mañana. Bien, bien, bien por mí. Empiezo a entender porque evito a las profesoras de Ciencia Política, todo lo complicamos más de la cuenta.

Luego tengo una clase con un hombre que lleva dando la materia desde hace veintipico años, que es el primer hombre que veo que llega tarde a su clase, que se va por las ramas, que es igual al del curso magistral y nada más no llega a explicarnos de que demonios se trata la materia. Y que, por ende, siempre salimos 5 minutos tarde; 5 minutos que se descuentan a los 15 que tengo para desplazarme de un lado al otro y es en donde comienza la tragedia.

En fin, comienza la tragedia, mi siguiente clase la da un militar que, para esto, no es cualquier militar, sino es el contrôleur general des armées. Como todos los militares, obsesivo de la puntualidad – la cual, ya descarté en mi caso – el cual nos pidió dirección, teléfono y foto, nada más por que sí y que dice que debemos estar contentos porque nuestras copias vienen directamente desde el Ministerio de la Defensa y no de la escuela. Como me dice una amiga que está en el curso “terminaremos cantando la marsellesa y siendo más francesas que el ratatouille”.

De allí salgo corriendo para llegar a una clase con un hombre que ha sido editorialista para el Figaro desde los años sesenta, que nos hará analizar políticamente varias novelas francesas y encontrar los porqués, cómos y dóndes de la obra. Bendito sea, me dejará hacer mi exposición sobre Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco porque “encuentra que los autores latinoamericanos son muy interesantes y no conoce tanto como de los franceses”, sino me remitiré a hacer un trabajo sobre Balzac, cosa que no me molesta nada de nada. El problema es que, dado que para este punto no he comido desde las 10 de la mañana y, mucho menos, me ha dado tiempo de tomar café entre clases, ya no entiendo mucho y eso me enoja profundamente.
Lo que sigue de allí es Ana con un humor de perros y un chingo de hambre, durmiéndose en el metro, peleándose con la gente en el camión (que nunca tomo pero ahora es imperativo) para poder llegar a casa y poder ver una película e inventarse algo para comer que no me mate de salmonelosis.

En fin. Esa será mi tragedia semestral que, menos mal, le sigue un fin de semana intermedio (es decir, martes-miércoles entregados a la causa de chiflar la loma en paz).